“Las Viñas de Osuna”
En los pueblos y en las ciudades hay viejos nombres que permanecen, aunque ya no exista su razón. En mi pueblo hay lugares que se llaman “Camino de Coria”, “Camino de la marisma”, “Cerro del toreo”, que ya ni van a ningún sitio ni tiene torre. Pero el pueblo los nombra, como quien nombra olvidos, como quien nombra muertos. Es una hermosa manera de rendir un homenaje a lo que fue.
Cuando en Osuna me decían mis amigos “Un día vas a venir a Las Viñas”, siempre me imaginé un llano, una tierra levemente ondulada, a lo sumo, verde viñedos, paralela de liños, garabateada de cepas. Siempre imaginé un mundo de racimos, de pámpanos, de sombrajos, incluso de lagares. Nunca preguntaba qué interés, que no pudiera imaginar, tenían “Las Viñas”.
Este invierno, a primeros de año, un sábado frío, mis queridos amigos los Sánchez Ortiz me invitaron a una matanza… “en Las Viñas”. Desde Osuna, seguí a los coches y observé que salíamos del pueblo en busca de los comienzos de la Sierra Sur sevillana. Dejábamos la carretera, nos metíamos por caminos y ¡subíamos!. Sutilmente, mi mirada, ávida de cepas, buscaba pagos y pagos. ¿Dónde estarán escondidas las viñas, detrás de esos cerros, allá arriba? El paisaje que pisaba era víspera de serranía, y las plantas que hallaba al paso, y que perfumaban el aire frío, me eran familiares: lentisco, romero, aulagas, jaras… Cañadas, majadas, trochas, humedades que bajaban como reptiles de cristal… Cuando los coches pararon lo hicieron delante de un caserío. Alto, el espectáculo de la mirada no podría narrarlo en diez folios. Un monte rico en plantas, un monte que olía tomillo, me dejaba ante un espectáculo de altura no imaginado en tierras ursaonenses. Miré a mí alrededor, cerro por cerro, y no encontraba las cepas. Al frente, en un lejos azul celeste, pueblos y caseríos aislados. ¿Y las viñas?”
Aquellas tierras eran Las Viñas. Hubo viñas aquí, hubo pagos, minifundios de gente de lagar. Una enfermedad acabó con las cepas, y ahora es una altura lujosa, una altura que mira a Osuna y al lejos distingue el pueblo como se distinguen los amores de sangre. Hacía frío. Y la matanza me entretenía, todo el proceso, desde que van por el cerdo hasta que lo trocean. Curioso espectáculo. Pero quise perderme cerros arriba –soy animal de altura- a oler, a llenarme de alma de olores puros, medicinales, que esa sierra guarda, en las matas, una botica de pueblo que tiene sus albaredos en los botes anónimos de gente que sabe mezclar las cosas del campo, los frutos de la tierra, como el mejor almirez de farmacopea.
Osuna, que siempre que la he visitado me ha sorprendido, me dio en Las Viñas el espectáculo que le faltaba: poder mirarla desde lejos, desde arriba, perdida la villa entre el frío azul celeste del mediodía. Si en ese lugar construyeran casas –o mansiones- para gente que quiere la paz del campo y la cercanía de la Creación, pediría un sitio para un sombrajo. Desde allí, en las noches de verano, entre los olores que escapan del monte, no sería extraño encontrar –o maginar” alguna presencia divina. Y si no la hallara, con mirar de lejos Osuna me conformaría…
Antonio García Barbeito.
Enero 2001.
Revista Feria Osuna 2001.